The following text is not a historical study. It is a retelling of the witness’s life story based on the memories recorded in the interview. The story was processed by external collaborators of the Memory of Nations. In some cases, the short biography draws on documents made available by the Security Forces Archives, State District Archives, National Archives, or other institutions. These are used merely to complement the witness’s testimony. The referenced pages of such files are saved in the Documents section.

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Cristina Feijóo (* 1944)

Our decisions corresponded to the time period we lived in

  • Born on 14 July, 1944 in Argentina, Buenos Aires

  • In her youth she was persecuted as a left-wing activist and several times imprisoned (1971–1973, 1976–1979)

  • In 1979 she left with her only daughter, who was around sixteen back then to Swedish exile

  • Shortly after the fall of army junta she returned from Stockholm to Buenos Aires and has been living in the Argentinian capital until now

  • Published her collection of stories called En celdas diferentes (1992, In various wards), contributed to the anthology Antología del Cuento latinoamericano en Suecia (1995, Latin-American story in Sweden), for the prose Memorias del río inmóvil (2001, Memories of a motionless river) she received an award of a media concern Clarín, her novel La casa operativa (2007, Undercover life) got the finals of an influential publishing Planeta

La época de su juventud se caracteriza por un aumento de violencia en Argentina, incluso se acuñó el término de la violencia revolucionaria. ¿A qué se debe ese fenómeno?

La violencia revolucionaria surgió en Argentina relativamente poco tiempo después de dos acontecimientos que iban en el mismo sentido y marcaron el espíritu de los años 60 y 70 en el mundo entero. El primer giro fue la Revolución Cubana, que se llevó a cabo través de un movimiento de guerrilla: bajo aquella influencia, los jóvenes de América Latina empezaron a considerar la guerrilla un método de lucha eficaz para tomar del poder y se formaron movimientos guerrilleros en todo el continente. El segundo giro fue el Segundo Concilio del Vaticano, que se manifestó en favor de los pobres y lo que se llamó después la teología de la liberación: se hablaba abiertamente de que un pueblo oprimido por dictadura tenía el derecho de alzarse contra el dictador; Latinoamérica es un continente católico, y muchos jóvenes católicos se unieron a la lucha armada. Aquellas dos grandes confluencias aportaron un aire general de cambio.

¿En qué grupo entró Usted?

Yo fui miembra de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP). Mucho antes, cuando tenía 17 años, había empezado a militar en el Partido Socialista Argentino de Vanguardia (PSAV), un partido de izquierda tradicional; éste terminó dividiéndose entre partidarios y adversarios del peronismo. A finales de los 60, abandoné el PSAV para ingresar en el peronismo.

En aquel período se formaban grupos más bien pre-guerrilleros y se creaba un aparato clandestino, pero todavía no teníamos muy claro cuáles iban a ser nuestros objetivos o cómo íbamos a actuar. Los grupos armados se constituyeron un poco más tarde, a principios de los 70, y con ellos empezaron a surgir otras necesidades, por ejemplo, la necesidad de organizar la seguridad de forma más rigurosa: en los 60, nos conocíamos todos por nombre y conocíamos la casa donde vivía la familia, la cosa no tenía ninguna seriedad.

Mencionó el término “peronista”. Hace un año que me puse a estudiar la memoria histórica argentina, pero debo confesar que todavía no entiendo muy bien qué es el peronismo.

Es muy difícil entenderlo, sobre todo para los extranjeros. El partido peronista, o sea, el Partido Justicialista, según su denominación oficial, es un órgano formal; lo que tenía peso en la vida social era, en realidad, el Movimiento peronista. El peronismo como tal se define por la defensa de lo nacional frente a los intentos de los países centrales de colonizar económicamente Argentina. La conciliación de clases representa otra base del Movimiento, con eje en los sindicatos y la clase trabajadora. En el Movimiento conviven la juventud peronista, organizaciones de mujeres peronistas y también sectores más conservadores, empresarios ligados a la industria nacional. De ahí que el movimiento era de centroizquierda, centro y centroderecha, y Perón manejaba todo eso con un equilibrio de un gran político: a veces se apoyaba en la izquierda, a veces en la derecha.

Cuando Perón estaba en el exilio, dio un gran apoyo a los grupos guerrilleros que luchaban por su regreso y querían la restauración del peronismo. En aquel tiempo, el Partido Justicialista no se podía presentar en las elecciones, estaba prohibido pronunciar el nombre de Perón y se borraban las pistas que su régimen dejó en el país.

Dentro de los grupos armados había diferentes posiciones, pero en general se pensaba que el regreso de Perón iba a posibilitar la instauración del socialismo, que era la meta ulterior. Sin embargo, después del 1973, cuando Perón efectivamente vino, esos grupos habían crecido mucho y algunos, sobre todo Montoneros, no estaban dispuestos a seguir las políticas de Perón, que se mostraban más moderadas de lo que se había esperado, y le disputaron el poder. Perón a su vez no estaba dispuesto a que le disputaran la conducción del movimiento. Los jóvenes montoneros fueron a cuestionarlo en un acto público en la Plaza de Mayo, él los echó y los Montoneros pasaron a la clandestinidad.

Perón murió diez meses más tarde, en medio de un clima de polarización. Mientras tanto, María Estela Martínez Perón, esposa y seguidora de Perón, conocida popularmente como Isabel, que era una mujer completamente de derecha, creó con el Ministro de Bienestar Social José López Rega la Alianza Anticomunista Argentina (AAA), un grupo paramilitar para perseguir y asesinar a los que se consideraban infiltración marxista en el peronismo.

Me imagino que en aquel tiempo Usted era estudiante.

Sí, estudiaba para partera y trabajaba.

¿Había en las universidades un ambiente de compromiso?

Había mucho reclutamiento, pero allí también regían las medidas de seguridad, y nadie decía “yo me voy a los Montoneros”.

¿En qué consistieron los actos armados que perpetraron grupos como el suyo?

Había que financiar estas organizaciones, entonces se hacían asaltos a bancos, se tomaban cuarteles o comisarías para recuperar armas… También había una organización que secuestraba camiones con mercaderías y los llevaba a villas miseria para repartir entre los pobres leche, pan y otras cosas necesarias.

¿Participó personalmente en algún asalto o secuestro?

Estuve en un tiroteo. Preparábamos un operativo militar y justo antes había habido la toma de una comisaría por otra organización, así que estaba toda la policía en la calle, vio cuatro personas en un auto, nos empezó a perseguir, nosotros estábamos armados y no acatamos la orden de detenernos y se dio un tiroteo. Aparte de eso participé solo en acciones pequeñas.

Supongo que cuando vino el golpe la comenzaron a perseguir por estar activa en las FAP.

No fue exactamente así. Me sentía muy decepcionada por Perón, de hecho, dejé de militar poco después de su muerte en el 74. En aquel momento, no quería apoyar ni a los Montoneros, en los que se habían fusionado el resto de las organizaciones peronistas, porque la lucha armada en democracia me parecía un error, ni a Isabel Perón. Lo mismo pasó a muchos compañeros: nos quedamos en el aire.

Cuando vino la dictadura, me perseguían por mi militancia anterior; había militado, por lo tanto, merecía un castigo. Pero el hecho que dejara de militar posiblemente me salvó la vida cuando me secuestró un grupo de la AAA. Con mi ex compañero íbamos en un coche, nos cruzaron un auto, nos llevaron al Garaje Olimpo, un centro de detención clandestina, allí estuvimos un día, después nos largaron. Algo parecido sucedía frecuentemente a los desaparecidos: nadie sabía por qué vivía, por qué moría ni quién lo decidía. De hecho, sobrevivió gente muy comprometida, y gente que no tenía nada que ver con grupos armados fue asesinada.

Después del secuestro intenté irme del país con mi marido y mi hija, pero ya se había desplegado la represión del golpe, todos estaban huyendo, nosotros no conseguíamos documentos falsos para poder cruzar la frontera, ya que figurábamos en listas negras, y era imposible ubicar a militantes; así que andábamos rodando de casa en casa. En septiembre nos agarraron.

¿No tenía miedo por su hija?

Por supuesto, mi hija tuvo muchas experiencias terribles. Cuando me secuestró la AAA, estaba sola en casa con una amiga, ellos saltaron paredes con las armas y entraron. Antes, cuando mi compañero y yo estuvimos casi un año con captura pedida en los diarios, ella fue un año a la guardería con nombre falso. Pero así era la militancia -los hijos vivían nuestra realidad con nosotros- y mi hija ya estaba acostumbrada.

En 1976, la junta la condenó a la cárcel. ¿Puede describir en qué condiciones vivía?

Ya había ido a la cárcel durante la penúltima dictadura, ésa fue sostenible. En cambio, bajo la última dictadura, las cárceles no pertenecían más solamente al servicio penitenciario, sino también a las fuerzas armadas.

En general, las condiciones en aquellas prisiones eran duras y los hombres estaban en condiciones verdaderamente terribles: se cometían golpizas permanentes, asesinatos, fusilamientos… Al contrario, yo estuve tres años presa en la cárcel de mujeres en Villa Devoto, que los militares consideraban mostrable a organismos internacionales; además, a nosotras, mujeres, nos trataban de desestabilizar psicológicamente y quebrar moralmente. En principio, no había ninguna sistematicidad en el reglamento, todo parecía aleatorio. Supuestamente había un reglamento, pero no lo conocía nadie, y lo que estaba permitido un día estaba prohibido otro. Podías ser sancionado en cualquier momento. Te doy un ejemplo: pusiste la toalla a secarse en la cama cucheta, pasaba una celadora y te dijo que estaba prohibido, aunque siempre se había hecho así, y te castigó: te mandó a la celda de castigo, te prohibió visitas o correspondencia. A veces sancionaban a pabellones enteros: no dejaban que les entraran paquetes con azúcar, yerba de mate, queso, los pocos alimentos que nos salvaban del hambre, ya que la comida era malísima, muy llena de grasa, y no se podía comer; de verdad pasábamos períodos largos de hambre. Después instrumentaron una forma nueva de castigo psicológico: de vez en cuando aparecían con una lista, llamaban a las presas y las repartían a pabellones distintos. En la cárcel lo único que una tiene son los vínculos personales, que así quedaron completamente deshechos y había que empezar de nuevo. Pasaba un mes y hacían lo mismo.

Pero en 1979 logró trasladarse a Europa…

Desde la cárcel pedía la opción de salir del país. Me la rechazaron dos veces, pero la tercera vez me la otorgaron, y me fui a Suecia, donde estuve cuatro años exiliada. Me fui con mi hija, que había vivido tres años con su abuela. Mi compañero quedó preso.

¿Qué impresiones ha guardado de Suecia?

Es un país que tiene gran tradición de recepción de refugiados, aún hoy en día. La política de recepción, que siempre han mantenido, está muy bien organizada: inmediatamente te mandan a hacer cursos, que son pagados, durante ocho horas como si fueran trabajo, para que aprendas un idioma muy difícil, te consiguen una casa y te proveen las cosas que más necesitas. En este sentido sentí que Suecia era un país muy acogedor y estoy profundamente agradecida a la sociedad sueca.

Sin embargo, ¿cómo se sentía en el exilio?

Nunca me consideré parte de la sociedad sueca. Siempre sabía que iba a volver a Argentina, de donde en realidad no había querido irme. Había una gran dificultad: el idioma. Lleva años a aprender el sueco, así que me resultaba casi imposible tener un diálogo profundo con alguien que no fuera hispanohablante; los suecos eran gentiles, me hablaban despacito para que entendiera, pero eso me a la vez colocaba en la situación de un niño. La cultura y las costumbres eran muy distintas, me sentía como si estuviera fuera, extraña a mí misma. Y los trabajos que conseguíamos eran muy subalternos, eran los suecos no los querían hacer; no critico eso, son las reglas del juego, pero era imposible no saber que no una estaba haciendo lo que estaba capacitada para hacer. A pesar de lo que estoy diciendo, también hubo exiliados se adaptaron y se quedaron, entre ellos mi hija.

¿Había más exiliados de América Latina?

Tenía contactos con latinoamericanos, pero eran contactos personales; no quería saber nada más de política. Nos encontrábamos, veíamos espectáculos, comíamos, tenía relaciones amistosas.

¿Conoció en Suecia a algún sobreviviente de los centros clandestinos?

Personalmente no. Había algunos a los que los marinos dieron el pasaporte para que se infiltraran en grupos de argentinos en el extranjero, ellos llegaron a Europa -me parece que era Francia-, e hicieron una declaración de prensa denunciando el régimen. Y siguieron declarando en los juicios.

Confieso con dolor que para mí y otros exiliados los sobrevivientes eran como la peste. Estábamos llenos de desconfianza, no queríamos saber nada de ellos y éramos muy crueles en nuestra evaluación. Se revalidaban mucho términos como traidor, delator, que son injustos porque hay que estar en esa situación de tortura ilimitada para poder entender qué experimentaban los desaparecidos… Creo que aquellos sobrevivientes fueron muy valientes. Negociaron como pudieron, en los centros clandestinos su vida no valía nada, ni siquiera podían elegir morir. Tal vez hayan prometido un servicio a los militares, pero apenas estuvieron en libertad, denunciaron lo que sucedía en los campos de concentración.

Por otro lado, hubo también torturados que pasaron a torturar a sus ex compañeros junto con sus verdugos. En este caso no soy tan comprensiva. No justifico querer conservar la vida a cualquier precio.

¿Mantenía desde Suecia el contacto con sus familiares y amigos en Argentina?

No fue nada fácil, la comunicación era bastante pobre. Se escribían cartas, pero tardaban dos semanas en llegar, y si recibiste la respuesta en un mes, ni te acordabas de lo que te estaban contestando. Las comunicaciones telefónicas eran carísimas: en las cifras de hoy, un minuto salía a cinco dólares. Pero había cabinas públicas, algunos hábiles sabían trabar el mecanismo y uno se daba cuenta porque delante de esa cabina empezaba a haber cola de latinoamericanos: allí podías hablar sin límites con una moneda sola.

Mientras su hija se quedó en Suecia, Usted regresó con la llegada de Alfonsín. ¿Sentía alivio al estar de nuevo en su país?

El regreso fue duro. Me sentía muy mal por haber estado ocho años entre cárcel y exilio, y cuando volví, encontré una sociedad completamente distinta de la que había dejado: en la televisión empezaron a salir noticias sobre las fosas comunes, pero la gente no quería hablar de la dictadura; con mis vecinos podía conversar sobre la comida sueca o el clima nórdico, pero allí se acababa: se notaba que todos esos años habían estado bajo el terror sin saber en quién confiar, vivieron con el miedo del otro, además, en los primeros años de democracia pasamos por dos o tres situaciones con mucho peligro por levantamientos militares y todo eso cambió mucho la mentalidad de los argentinos. Hay tabúes que todavía persisten y que dejaron marcas para siempre; la sociedad nunca volvió a ser la misma.

¿Seguía aquellos procesos y revelaciones que surgieron tras las elecciones?

El trabajo de la CONADEP resultó asombroso, no me imaginaba que algo así fuera a suceder. Después publicaron el famoso informe, que me sorprendió, ya que se no sabía de la cantidad de campos de concentración que había en el país: se calcula que fueron arriba de 400 y todavía se encuentran nuevos. Después vinieron las leyes de Punto Final y Obediencia Debida; pero aún si tomó mucho tiempo llevar a los criminales a la cárcel, se fueron dando pasos.

Respecto a lo que había pasado en los campos de concentración, me abrió muchísimo entendimiento el libro de Pilar Calveiro Poder y desaparición, que es una obra clave para comprender lo que significa el poder concentracionario.

Si volvemos a su militancia, Usted al final abandonó las FAP. ¿Qué opina hoy sobre la violencia revolucionaria? ¿Y qué piensan de ello sus ex compañeros?

Yo dejé de militar porque consideraba que el gobierno de Perón ganó con el 62 por ciento de los votos, es decir, toda la sociedad lo apoyaba, los grupos armados no tenían más el apoyo de las masas silenciosas, y seguir con la lucha armada contra un proceso democrático me parecía equivocado. En cuanto a los demás, todo está sobre la mesa: mientras que algunos de los ex militantes son críticos y reconsideraron su actitud como yo, otros reivindican totalmente lo que hicieron.

¿Cree que la así llamada mayoría silenciosa debería asimismo reconsiderar su actitud de aquel período siniestro?

Pienso que hubo mucha gente que sabía que estaban pasando cosas muy graves, tal vez no se daba cuenta de la complejidad del aparato represor, pero por lo menos pudo abrirse, ser un poco más autocrítica respecto a su propio papel cuando todo terminó.

Aun así, el discurso sigue evolucionando poco a poco, ¿o no?

En cierto sentido sí. Hoy se habla del golpe cívico-militar o cívico-militar-eclesiástico, no solamente de golpe militar como antes. Y justamente la semana pasada fue al congreso una ley para investigar la complicidad civil en el golpe. Se sabe que ciertos empresarios prestaron su apoyo y abierta colaboración a la junta, incluso en una fábrica Ford había una especie de pequeño campo de concentración.

¿Le molesta alguna de las versiones del pasado que hoy en día se ofrecen?

A mí no me gusta, por ejemplo, el tono heroico de algunos autores de ficción porque me parece que como jóvenes no éramos distintos de los jóvenes de hoy. Vivíamos en un tiempo de mucho compromiso, tomamos decisiones que correspondían a nuestra época, juventud, inexperiencia. Yo creo que muchos de los militantes han sido heroicos, pero porque las circunstancias los pusieron en la condición de ser heroicos. Es una paradoja: en la misma persona puede haber momentos de heroísmo y de cobardía, depende de circunstancias.

En su opinión, ¿existe algún tema del pasado reciente que todavía queda completamente por abrir?

Hasta hoy se ha hablado muy poco sobre el exilio interno. Hace tres o cuatro años asistí a una reunión de psicólogos con víctimas de la represión. Era una terapia de grupo, un 90 por ciento de los presentes se habían quedado en este país, pero tuvieron que cambiar de casa, ocultar quienes habían sido, no podían hablar con nadie, no sabían cómo sus vecinos pensaban y se sentían profundamente dañados. Hablaban con una angustia terrible. Me asombró que el mismo proceso los presos y exiliados lo habíamos hecho mucho antes, pero los exiliados internos recién están empezando a hablar. Sufrieron tanto o más que los exiliados porque estaban completamente solos con su huida en pequeños pueblos.

© Všechna práva vycházejí z práv projektu: Stories of 20th Century

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