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Fidel Castro y Stalin eran dos almas gemelas
nació el 27 de diciembre de 1963 en Matanzas en Cuba
su padre era militar, su familia y todo su entorno era pro-castrista
1980 se fue a estudiar jurisprudencia, relaciones internacionales e historia a la Unión Soviética
en 1988 volvió brevemente a Cuba
en 1989 regresó a la Unión Soviética y empezó a trabajar de corresponsal del periódico ABC en Moscú
en 1993 se exilió en los Estados Unidos con su familia bajo el programa “Éxodo” de la Fundación Nacional Cubano-Americana
desde 1998 trabaja en Martí Noticias
está casado y tiene dos hijos
“Si algo pudiera identificar a Fidel Castro con Stalin, es que eran dos almas gemelas,” dice Álvaro Alba, cubano exiliado en los Estados Unidos, periodista, historiador y crítico fervoroso del castrismo. Y todo eso, a pesar de haber nacido en una familia privilegiada del régimen cubano.
Álvaro nació el 27 de diciembre de 1963 en Matanzas en una familia militar. Ese era un hecho que lo predestinó a una clase privilegiada: “Era una vida donde primero tú no cuestionabas lo que pasaba en el país, tenías una educación buena, las escuelas tenían todo lo que tú necesitaras, no había escasez de alimentos, la escuela tenía una piscina donde te recreabas después de los estudios. Los fines de semana, porque era una escuela internada, siempre tenías fiesta en casa de algún compañero,” narra Álvaro. Ser de esta clase privilegiada implicaba estar lejos de la realidad cotidiana cubana: “Debido a que todos los estudiantes pertenecían a una clase social diferente en el sentido de que nadie allí se cuestionaba si había presos políticos, o el por qué se estaban yendo del país tanta gente, nunca hubo un panfleto o libro contestatario que se repartiera. Era una vida donde se aceptaba el régimen, donde nadie cuestionaba el que no hubiera elecciones, y para los jóvenes, la vida transcurría de fiestas, en el verano ir a Varadero a veranear, o a las playas cercanas. Era una vida afable, una vida apacible, sin ningún cuestionamiento político.”
Álvaro empezó sus estudios en La Habana, pero ya en el año 1980 salió de la isla rumbo Unión Soviética, donde se apuntó a la carrera de jurisprudencia, relaciones internacionales e historia. De Cuba salió un joven convencido de lo correcto que era el régimen castrista, sin embargo, sus ideas se fueron moldeando hacia el lado opuesto justo en la cuna del comunismo. “Yo intenté varias veces comenzar a leer el Archipiélago Gulag[1]. Difícil leerlo en ruso, todavía no tenía [la capacidad lingüística]… Y decidí entonces por una obra que pensaba que era menos difícil, que eran los Cuentos de Kolymá[2] de Varlam Shalamov y me horrorizó. Me horrorizó leerlo, ver la crueldad, la forma despiadada de cómo se trata el ser humano en este sistema. Y después de haber leído los Cuentos de Kolymá de Shalamov, me fue más fácil leer a Aleksandr Solzhenitsyn. Pero sí, fue a través del conocimiento de la historia y de la literatura rusa o soviética, que pude entender de que el comunismo en Cuba no tenía vida, no tenía futuro, y que era cruel mantener este sistema,” explica la razón por la cual se empezó a cuestionar el régimen comunista, hasta que al final se convirtiera en un, digamos, contrarrevolucionario, para utilizar los términos cubanos para los opositores del régimen de Castro. En su cambio de opinión le ayudaron también sus compatriotas cubanos que no pertenecían a esa clase privilegiada a la cual por su origen familiar pertenecía Álvaro. Éstos le contaban como “iban a dormir sin haberse llevado un bocado a la boca ese día, simplemente cuando yo me iba con un vaso con agua de azúcar y una galleta y yo pensaba que era lo normal entre todos los cubanos,” cuenta cómo iba descubriendo la realidad cubana tan lejos de su hogar.
La primera vez que vio una diferencia con Cuba fue en la Pascua de 1983, cuando cuatro compañeros suyos de clase suyos se fueron a la iglesia. La liturgia le impactó a Álvaro: “yo nunca había entrado en una iglesia, aunque en Cuba sí había, pero sabías que era prohibido y que no era lo correcto hacerlo, a pesar de que yo tenía un convento de monjas en la esquina”. Igualmente, hasta en Moscú “descifró” un viejo recuerdo de la infancia – en su clase de latín, encontró una frase conocida, que de niño le cantaba su abuela, y de la cual pensaba que era un mero verso de una canción. Sin embargo, se trataba del Padre Nuestro en latín, que su abuela se lo canturreaba, rezando así de forma sutil con su nietecito, hasta que decidió que era demasiado riesgoso por lo opresor que era el régimen, y dejó de hacerlo. “Me di cuenta de que la represión en Cuba era tan fuerte que mi abuela para no hacerme me había dejado de cantar lo que yo pensaba que era una canción. Era un momento de los que te marcan que te hacen pensar de dónde vienes y qué es lo que está pasando en tu país,” cuenta sus pensamientos Álvaro con un tono triste.
A pesar de lo lejos que quedaba la Unión Soviética geográficamente de Cuba, la vida de los cubanos en Moscú estaba sujeta a las decisiones del gobierno isleño: “Nuestro pasaporte nunca fue renovado. Los pasaportes que teníamos como estudiantes o los pasaportes que teníamos oficiales para permanecer en la Unión Soviética, había que renovarlo cada dos años. Y cuando ibas para que te lo renovaran, te decían que no, que tenías que irte del país. Personalmente, yo le hice una carta a Eduard Shevardnaze[3] para que me permitiera [permanecer en la Unión Soviética]. Porque existía un acuerdo entre La Habana y Moscú en la época soviética, que para poder tú vivir en un país, tenías que tener la autorización del otro. O sea, un cubano tenía que tener la autorización de Cuba para que la Unión Soviética lo autorizara a permanecer allí, y un soviético tenía que tener la autorización soviética para que La Habana le permitiera quedarse o vivir. No importa si tuviera hijo, hija, esposa o esposo.” Durante su lucha por poder quedarse en la Unión Soviética, conoció a numerosos personajes importantes que le apoyaron, como Jelena Bonner (esposa del físico Andrej Dmitrijevich Sacharov), o al disidente Sergej Kovaljov. “Encontramos mucha solidaridad entre los soviéticos, que no esperábamos y que se lo agradeceremos siempre,” cierra el tema Álvaro.
A pesar de una vuelta breve a Cuba en 1988, Álvaro se quedó desde 1989 al final en la Unión Soviética, obviamente la carta a Shevardnaze funcionó. Lo que, de hecho, no sabía por aquel entonces, era que justo Eduard Shevardnaze iba a desencadenar otro logro importante en su vida – en 1989 estaba Álvaro de vuelta en Moscú, donde empezó a trabajar como corresponsal del periódico ABC y era justo la renuncia de Shevardnaze en 1990 que fue su primera tarea laboral, “mi bautismo en el periodismo”, como lo llamó Álvaro. Sin embargo, este fue el mero inicio – a Álvaro lo esperaba una gran carrera llena de muchos viajes por toda la Unión Soviética – cubrió temas en Uzbekistán, Kazajstán, Moldavia...
Durante todo este tiempo, sin embargo, sentía un profundo “dolor por Cuba”, y por lo tanto se esforzó, junto a sus compatriotas cubanos que vivían en la URSS, a fundar la Unión Cubana, ya que sentían que incluso en la mera sede del comunismo mundial, había “más libertades políticas y civiles que en Cuba”. De ahí, la Unión Cubana empezó a cooperar con diversas organizaciones de derechos humanos, reclamando las libertades de Cuba ante la URSS. Álvaro recuerda una de las manifestaciones ante la embajada cubana en Moscú el día 28 de enero de 1991, en un frío ruso espantoso, cuando se reunió un grupo de unas treinta personas, incluyendo la esposa y el hijo chiquito de Álvaro. Pero la denuncia de la situación de derechos humanos en Cuba no se encontró con reacción positiva – la manifestación, igual que muchas otras, fue derrotada por las tropas policíacas. “Hasta el pequeño recibió golpes y le rompieron su traje de invierno,” recuerda Álvaro.
Los cubanos en la URSS presentaron su denuncia de hostigamiento y acoso ante el parlamento en Moscú, a base del cual fue creada la Fundación Nacional Cubano – Americana[4], con su programa “Éxodo”, el cual permitía a cubanos refugiarse en los Estados Unidos a base de una serie de entrevistas en la embajada americana. Álvaro se apuntó y en 1993 recibió la oportunidad de viajar a los EE.UU. con toda su familia. “Bajo este programa entraron casi 10,000 cubanos de todo el mundo en los Estados Unidos,” cuenta Álvaro sobre los resultados del programa “Éxodo”.
Álvaro aprovechó su experiencia periodista y entró inmediatamente después de su llegada a los Estados Unidos a trabajar en radio Mambi. Unos cinco años después, en 1998, se abrió una vacante en Radio y Televisión Martí, aprovechó la oportunidad y entró en Martí Noticias de reportero. Incluso aquí tuvo chance de presenciar la caída de un régimen totalitario – esta vez en 2014 en Ucrania el de Víctor Yanukovich.[5] Vivió una vez más en primer plano las conversaciones en el Hotel Ucraina que se convirtió en hospital para heridos, recuerda la liberación de Julia Timochenko, como salían de las cárceles los presos políticos, como lloró con su hijo de alegría… “Fue una de las experiencias más importantes. No vi todavía a Cuba libre, toda la Cuba no es libre y democrática, pero sí vi la desintegración del imperio soviético, vi a catorce repúblicas declarándose libre, quince contando a Rusia,” narra sus experiencias periodistas. Como si fuera ayer, recuerda y describe los detalles de cómo se bajaba el 25 de diciembre de 1991 la bandera soviética en Moscú, y se alzaba la bandera rusa. Hoy en día, sin embargo, no todo es miel sobre hojuelas: “En marzo del 2000 estuve también para las primeras elecciones presidenciales de Putin, nunca pensé que el país fuera a tomar otra vez estos colores autoritarios y dictatoriales que tiene hoy en día Rusia,” evalúa al final.
Cuando se le pregunta a Álvaro cómo repercutió la caída del comunismo en la relación con su padre militar, se le nota triste: “Mi caso familiar es como de otras familias cubanas. Mi padre no aceptó mi decisión de quedarme en la Unión Soviética. Él deseaba que me regresara a Cuba y participara en la construcción del socialismo en la isla y casi desde el inicio de los años 90 hasta 1998 quizás, no tuvimos comunicación.” De hecho, después de su última estadía breve en Cuba en 1988-1989, no ha vuelto a ver a su familia en persona, se encontró únicamente con su hermana en 2002 en México gracias a una invitación especial que le permitió salir de la isla. Sin embargo, los lazos rotos por diferentes puntos de vista al régimen, parecen haberse compuesto con la siguiente generación, es decir con los hijos de Álvaro, que pudieron reconciliarse con su abuelo, y eso “a pesar de que mi hijo menor es un militar estadounidense,” se ríe levemente Álvaro de la ironía del destino. “La generación de mis hijos fue capaz de entenderse con la generación de mis padres. Quizás ellos por no haber vivido dentro de Cuba, ya que mis dos hijos nunca han estado en la isla…,” resume como se van recuperando poco a poco las familias rotas.
La trayectoria vital de Álvaro lo llevó de la convicción por el régimen cubano hacia la otra “orilla”, es decir a ser crítico del comunismo. Su carrera periodista le permitió vivir unos de los acontecimientos más importantes de los finales de los años 80 y principios de los 90, vio caer el régimen soviético, con emoción observó la libertad recapacitada de los países extotalitarios… Cuando todo eso se junta con su excelente formación en historia y literatura, es una de las personas más adecuadas para polemizar sobre el régimen comunista como tal: “La esencia del comunismo, yo creo, es la supresión de las libertades. De la libertad individual, de la propiedad privada y de la vida del ser humano. Te quita tu libertad de elegir, te quita tu derecho a la propiedad privada, y al final, si tú no te sometes, te quita la vida. Yo creo que allí está la gran maldad, la esencia nefasta de un sistema donde no toleran el pensamiento. La esencia del castrismo es que combinó todo eso, digamos con un acento tropical que ha encantado a toda la izquierda en el mundo entero, donde ha presentado un país de palmas, de playas, de música, pero que en el fondo tiene uno de los regímenes comunistas más autoritarios de los que han existido.” A Castro y a Stalin los llama “almas gemelas”, por numerosas coincidencias en sus vidas: “Fueron criándose en instituciones religiosas, que después fracasaron en sus vidas personales, y que sus hijos inclusive se rebelaron, Svetlana [Alilúyeva, hija única de Iósif Stalin] y Alina [Fernández Revuelta, hija extramatrimonial, pero reconocida, de Fidel Castro], contra sus padres, y que sus generales como [Mikhail Nikolayevich] Tukhachevsky y [Arnaldo] Ochoa [Sánchez], supieron también en algún momento enfrentárseles a ellos a pesar de haberles servido. Pero que los dos tenían esa concepción totalitaria del poder, de no permitir el disenso, y eran capaces de fusilar a quien fuera.”
Al final de la entrevista llega la pregunta, digamos, obligatoria – por el futuro de Cuba. Y sería sorprendente si Álvaro no tuviera una respuesta bien planteada: “Dicen que los pesimistas son optimistas bien informados. Yo soy pesimista. Yo soy pesimista, porque se ha atrofiado al cubano. Todos estamos marcados, todos estamos dolidos, todos tenemos una división familiar, todos tenemos un familiar muerto, ahogado en el estrecho de la Florida, o que pasó veinte, diez, quince años de cárcel. Y se necesitarán dos o tres generaciones para que en el país exista una democracia, para que en Cuba no importe que esté o no esté un Castro en el poder, no caiga en manos de los carteles de la droga, para que en Cuba la corrupción no sea signo fundamental de la economía...”
[1] Obra de Aleksandr Solzhenitsyn.
[2] Álvaro menciona los “Cuentos de Kolymá“, sin embargo, el nombre correcto en la traducción española es Relatos de Kolymá.
[3] Eduard Shevardnaze: ministro de Asuntos Exteriores de la URSS bajo la presidencia de Mijaíl Gorbachov, 1985-1991.
[5]Más información aquí: https://www.semana.com/mundo/articulo/cae-el-regimen-de-viktor-yanukovich/378462-3.
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Witness story in project Memoria de la Nación Cubana / Memory of the Cuban Nation (Eva Kubátová)